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Decisiones de mala memoria

  • Foto del escritor: La Idea de Silencio
    La Idea de Silencio
  • 7 jun 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 8 jun 2020

Esa noche se la pasó velando por su viaje, revoloteando en la cama con la irritante lentitud de un Caracol.

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Se levantó con el alba para no desperdiciar claridad. Pensó en llamarlos para confirmar que aceptaría la oferta, pero dedujo que sería mejor esperar a que ellos lo llamaran para preguntarle; al fin y al cabo ellos deberían estar más interesados que él en ese viaje. Al menos eso debería aparentar. Pensar en su musa lo había entusiasmado.

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Decidir el destino pero no sería nada fácil, tenía demasiados lugares en mente. Su intención era elegir un lugar exótico pero sin muchos bichos, con una cultura completamente diferente a la suya, con un clima fantástico por lo adversario y sobre todo bien lejos de donde se encontraban sus pies ahora.

. Una vez concluida la tediosa rutina higiénica, se exilió a su escritorio buscando una determinación brillante.

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Mientras su cabeza distraída pensaba mil cosas y a la vez nada en absoluto, sus dedos bailaban cuidadosamente sobre el deteriorado (pero todavía entero) globo terráqueo heredado durante varias generaciones, que todavía ilustraba y describía amigable a la Rusia imperial; globo que ahí moriría, siendo ésta su última generación. Abel era incapaz de siquiera pensar en la idea de dejar descendencia. Y además ya se le había secado la fertilidad de tanto escribir.

. Lejos, bien lejos de su querido pero ya fastidioso Chile, inspeccionaba minucioso cada rincón. Sus ojos rodearon algunas islas. Esos pedazos de tierra asilados lo atraían más que cualquier otro lugar.

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Estuvo muy cerca de clavar el alfiler destino en una muy remota que, al parecer, para cuando esa esfera terrestre se fabricó, la miserable e insignificante parcela aún no había sido bautizada.

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Desistió de esa ridícula idea por dos importantes razones: Por un lado le daba claustrofobia pensar en cómo sobrevivir rodeado de agua (para colmo salada). Pero principalmente porque se le ocurrió que no encontraría ahí a la musa. No se la imaginaba feliz viviendo ahí.

. Estaba siendo infame, pero giraba el globo de lado a lado creyendo que una fuerza sobrenatural le develaría el misterio por arte de giros. .

Al fin, con la paciencia liquidada, la tierra mareada y una desesperante mezcla de pensamientos contradictorios, determinó girarla una última vez y pinchar ese maldito alfiler (que ya le había dejado la marca en los dedos) a la cuenta de 3.

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1... 2... 3... – Argentina ¿Argentina? No, no puede ser. Definitivamente Argentina no.


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